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y no creo que tengamos dinero suficiente para vivir allí sin ninguna ayuda. Me refiero a una plaza de trescientas o cuatrocientas libras anuales próximamente; mas, de todos modos, no hables de eso a Darcy si no lo ves posible.—Tu», etc.


Y como ocurría que Isabel lo veía muy poco posible, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y esperanza de ese género. Mas algún alivio, tal como podía proporcionárselo practicando lo que podría llamarse economía doméstica, se lo envió con frecuencia. Siempre había sido evidente que ingresos como los de ellos y administrados por dos personas tan manirrotas y tan despreocupadas por lo por venir habían de resultar muy insuficientes para su sostén; y siempre que se mudaban era seguro que Juana o ella recibieran alguna súplica de auxilio para pagar sus cuentas. Su modo de vivir, aun después que el restablecimiento de la paz los confinó a un hogar, era en extremo movido. Siempre andaban cambiándose de un punto a otro en busca de estancia más barata, y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de él hacia ella trocóse pronto en indiferencia; el de ella duró un poco más, y a pesar de su juventud y de su aire, conservó todos los derechos a la reputación que su matrimonio le había granjeado.

Aunque Darcy nunca le recibió a él en Pemberley, ayudóle a adelantar en su carrera por consideración a Isabel. Lydia les hizo alguna visita ocasional cuando su marido iba a divertirse a Londres