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bilidad en el mundo habrán de resentirse por la ligereza extremada, el descoco y el desdén de todo freno que constituyen el carácter de Lydia. Perdona, pero me tengo que explicar por extenso. Si tú, querido padre, no quieres tomarte el cuidado de reprimir su natural y de enseñarle que sus actuales anhelos no han de ser la ocupación de su vida, pronto estará lejos de poder enmendarse. Su carácter se afirmará, y a los diez y seis años será la más redomada coqueta y pondrá en ridículo para siempre a ella misma y a su familia; coqueta, además, de la peor clase, sin atractivo ninguno fuera de su juventud y regulares prendas físicas; ignorante y de entendimiento vacío; incapaz de reparar en lo más mínimo el universal desprecio que suscitará su ansia de ser admirada. En peligro análogo se encuentra también Catalina, quien seguirá adonde Lydia la guíe: vana, ignorante, perezosa y en extremo libre. ¡Oh querido padre!, ¿puedes suponer que no serán las dos censuradas y menospreciadas dondequiera que sean conocidas, y que no envolverán en su desgracia a sus demás hermanas?

El señor Bennet se percató de que Isabel ponía toda su alma en el asunto, y tomándole afectuosamente la mano díjole por vía de contestación:

-No te intranquilices, amor mío. En cualquier sitio en que Juana y tú seáis conocidas habréis de ser respetadas y queridas; y no pareceréis menos aventajadas por tener dos, o acaso pueda decir tres, hermanas muy necias. No tendremos paz en Lougbourn si Lydia no va a Brighton. Déjala, pues,