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ir. El coronel Forster es un hombre sensato y la librará de todo daño; y ella es, por dicha, sobrado joven para ser objeto de la rapiña de nadie. En Brighton tendrá menos importancia que aquí como coqueta; los oficiales encontrarán mujeres que valgan más a sus ojos. Esperemos, pues, que su estancia allí le haga conocer su propia insignificancia. De todas suertes, no cabe que empeore en muchos grados sin autorizarnos para encerrarla bajo llave por el resto de su vida.

Con esta respuesta se vió obligada Isabel a contentarse; pero su opinión personal continuó siendo la misma, y se separó de su padre disgustada y triste. No estaba, con todo, en su modo de ser el acrecer sus disgustos insistiendo en ellos. Confiaba en haber representado su papel, y no era para ella el destruir males inevitables o aumentarlos con su ansiedad.

Si Lydia o su madre hubieran conocido la substancia de su confidencia con su padre, la indignación de ambas no habría hallado adecuada expresión, dada su común volubilidad. En la imaginación de Lydia, una visita a Brighton reunía cuanto puede constituir la felicidad terrena. Con la creadora mirada de su fantasía veía las calles de aquella alegre playa de baños plagadas de oficiales; veíase a sí misma como objeto de la atención de docenas y más docenas de ellos, al presente desconocidos. Imaginábase en las glorias del campamento, con tiendas extendidas con bella uniformidad de líneas y llenas de jóvenes alegres, des-