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esperamos mañana con gran acompañamiento de amigos. ¡Cuán contenta quedó Isabel de que su viaje propio no se hubiera dilatado un día por cualquiera circunstancia.

Llamóla por entonces su tía para ver un cuadro. Aproximóse y vió la imagen de Wickham sobre un tapete, entre otras varias miniaturas. Su tía le preguntó sonriente qué le parecía. El ama de llaves se acercó y les dijo que aquel retrato era de un joven hijo del último administrador de su amo, educado por éste y a sus expensas.

—Ahora ha ido al ejército—añadió—, y temo que se haya vuelto muy desenfrenado.

La señora de Gardiner miró a su sobrina con una sonrisa, pero Isabel no se la devolvió.

—Y éste—dijo la señora Reynolds refiriéndose a otra de las miniaturas—es mi amo, y está muy parecido. Fué pintado al mismo tiempo que el otro, hace unos ocho años.

—Mucho he oído hablar de la distinción de su amo de usted—dijo la señora de Gardiner mirando la pintura—; es un rostro bello. Pero, Isabel, díme si está o no parecido.

El respeto de la señora Reynolds por Isabel pareció aumentar con esa referencia de que conocía a su amo.

—¿Conoce esta señorita al señor Darcy? Isabel se sonrojó y respondió:

—Un poco.

—¿Y no le tiene usted por muy guapo caballero, señorita?