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de la perspectiva. La colina coronada de bosque de que habían bajado, al aumentar su carácter abrupto con la distancia, resultaba hermosa. Toda la disposición del terreno era acertada, y con delicia contempló toda la escena: el arroyo, los árboles esparcidos por sus orillas, y la curva del valle hasta donde la vista alcanzaba. Cuando pasaron a otros cuartos, los mencionados objetos aparecían en disposiciones diferentes; mas desde todas las ventanas había bellezas que contemplar. Las piezas, por su parte, eran altas y bellas, y su ajuar en armonía con la fortuna de su propietario; pero Isabel notó, admirando el gusto de éste, que no había nada charro ni nimiamente delicado; que reinaba menos esplendor pero más elegancia verdadera que en el moblaje de Rosings.

«¡Y de este sitio—pensaba—habría podido ser dueña! ¡Estas habitaciones podrían ser ahora familiares para mí! ¡En lugar de visitarlas como forastera podría regocijarme con ellas como mías y recibir en las mismas la visita de mis tíos! Pero no—pensó recobrándose—, eso no podría ser; mi tío y mi tía habrían tenido que perderse para mí; no me habría sido lícito convidarlos.»

Ese fué un afortunado recuerdo: libróle de algo parecido a tristeza.

Deseaba averiguar por el ama de llaves si su amo estaba de veras ausente, mas carecía de valor para ello. Al fin, sin embargo, hizo la pregunta su tío, y ella se volvió alarmada al contestar la señora Reynolds que sí lo estaba, añadiendo: «Pero le