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«Excepto—pensó Isabel—cuando va a Ramsgate.»

—Si su amo de usted se casase le vería usted más.

—Sí, señor; mas no sé cuándo llegará eso. No sé quién será bastante buena para él.

Los señores de Gardiner se sonrieron. Isabel no pudo evitar el decir:

—Bien cierto es que habla en su favor que usted lo crea así.

—No digo sino la verdad y lo que dirá cualquiera que le conozca—replicó la otra. Isabel vió que el asunto llevaba tela, y escuchaba con creciente asombro, cuando el ama dijo: —Nunca en mi vida he recibido de él una palabra de enojo, y le conozco desde que tenía cuatro años.

Era ése un elogio mucho más extraordinario que los otros y más opuesto a lo que Isabel pensaba de Darcy. Su más firme opinión había sido que no era él hombre de buen carácter. Despertóle así la más viva curiosidad; ansiaba oír más, y quedó complacida por su tío cuando éste dijo:

—Pocas personas hay de quienes se pueda decir eso. Es usted afortunada en tener un amo así.

—Sí, señor, sí que lo soy. Si recorriera el mundo no podría dar con otro mejor. Mas siempre he observado que quienes muestran buen natural desde niños lo conservan cuando mayores; y él era siempre el muchacho de carácter más dulce y de más generoso corazón del mundo.

Isabel fijó en ella la mirada. «¿Puede ser ése Darcy?», pensó.