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cha en el agua; y como hablaba sobre eso con el hombre, avanzaban con lentitud. Mientras caminaban a ese lento paso fueron de nuevo sorprendidos, y el asombro de Isabel fué tan grande como el de la vez anterior al percibir que Darcy se les aproximaba y estaba ya a corta distancia. Como el camino aquí no era tan oculto como el del otro lado pudieron verle a él antes de encontrárselo. Isabel, pues, aunque asombrada, hallábase más prevenida que antes para una conversación, y resolvió manifestar calma en su aspecto y en su lenguaje si realmente él intentaba salirles al encuentro. Por un instante creyó ella firmemente que Darcy se había lanzado por el otro sendero, y esa idea le duró mientras un recodo del camino le ocultaba la vista de aquél; mas pasado dicho recodo se encontró él ante ellos. A la primera mirada notó Isabel que Darcy no había perdido nada de su reciente cortesía, y para imitar su buena educación comenzó, en cuanto se juntaron, a admirar la hermosura del paisaje; mas no había llegado a las palabras «delicioso» y «encantador» cuando algún desdichado recuerdo se interpuso, imaginando Isabel que elogiar ella a Pemberley sería cosa mal interpretada. Cambió de color y no dijo más.

La señora de Gardiner venía algo atrás, y aprovechando Darcy el silencio de Isabel preguntóle si le haría el honor de presentarle a sus amigos. Ese fué un rasgo de cortesía para el cual no estaba preparada, y con dificultad pudo evitar una sonrisa al ver que él pretendía conocimiento de al-