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vista, se apreciaban muchos encantadores panoramas del valle, de las colinas opuestas, por las que se desparramaban largas series de árboles, y en ocasiones, de parte del arroyo. El señor Gardiner manifestó deseos de dar la vuelta al parque entero; pero temía que eso resultara más que paseo. Con sonrisa triunfal se les dijo que el parque tenía diez millas de circunferencia, y eso decidió la cuestión, siguiendo sólo la vuelta más acostumbrada; la cual, tras algún tiempo, condújoles de nuevo a una bajada, con árboles inclinados sobre el borde del agua en uno de sus puntos más estrechos. Cruzaron el arroyo sobre un puente sencillo y en armonía con el aspecto general de la escena. Era aquél un paraje menos adornado artificialmente que ninguno de los que habían visitado, donde el valle, aquí convertido en cañada, sólo proporcionaba espacio para el arroyo y para un estrecho paseo en medio del rústico soto que lo bordeaba. Isabel deseaba explorar sus sinuosidades; mas cuando hubieron cruzado el puente y notado la distancia que había hasta la casa, la señora de Gardiner, que no era amiga de caminar, no pudo pasar más lejos, y sólo pensó en volver al coche lo antes posible. Vióse, pues, su sobrina obligada a someterse, y emprendieron todos el camino hacia la casa por el lado opuesto del arroyo y en la dirección más corta; pero su andar era lento, pues el señor Gardiner era muy aficionado a pescar, aunque pocas veces pudiera satisfacer ese gusto, y se entretenía ahora mucho acechando la aparición de alguna tru-