en consecuencia, había resuelto no perder de vista la fonda en toda aquella mañana. Pero su cálculo resultó equivocado, pues sus visitantes vinieron el mismo día que llegaron a Pemberley. Habían los de Gardiner e Isabel paseado por la población con algunos de los nuevos amigos, y regresaban en aquel momento a la fonda para vestirse e ir a comer con los mismos, cuando el ruido de un carruaje les hizo asomarse a la ventana, viendo a un caballero y a una señorita en un cabriolé que subía por la calle. Isabel, reconociendo al instante la librea, adivinó lo que eso significaba y proporcionó no escasa sorpresa a sus parientes haciéndoles sabedores del honor que esperaba. Su tío y su tía eran todo asombro, y el embarazo en el modo de hablar de ella, unido al hecho mismo y a muchas de las circunstancias del día anterior, les hizo concebir nueva idea del asunto. Nada lo había dado a entender antes; mas ahora convinieron en que no había otro medio de explicarse esas atenciones por parte de él sino suponer cierto interés por su sobrina. Mientras acudían a sus mentes esas nuevas ideas la perturbación de los sentimientos de Isabel aumentaba por momentos. Admirábase por completo de su propia inquietud; pero, entre otras causas de desasosiego, temía ahora que la parcialidad del hermano hubiera hablado a la señorita de Darcy demasiado en su favor, y deseosa más que de ordinario de agradar, creía que no le iba a ser dado el conseguirlo.
Retiróse de la ventana, temerosa de ser vista;