Página:Orgullo y prejuicio - Tomo II (1924).pdf/94

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
92
 

interesados, solicitaba la buena opinión de sus amigos y se decidía a hacerla conocida de su hermana. Semejante cambio en un hombre de tanto orgullo no sólo excitaba asombro, sino gratitud, pues al amor, a un amor ardiente había que atribuirlo. Por eso la impresión que le producía era para alentarla; muy opuesta al desagrado, aunque no se pudiera definir con exactitud. Le respetaba, le estimaba, le estaba agradecida, sentía vivo interés por su felicidad, y sólo le faltaba saber hasta qué punto deseaba ella misma que esa felicidad dependiera de ella y hasta cuál redundaría en dicha de ambos que emplease el poder, que su imaginación le presentaba aún como suyo, de arrastrar a él a renovar su proposición.

Se había convenido por la tarde entre la tía y la sobrina que una atención tan sorprendente como la de venir a verlos la señorita de Darcy el mismo día de su llegada a Pemberley—pues a este punto había llegado a la hora de almorzar, y tarde—debía ser imitada, aunque no pudiera hacerse con igualdad, con algún exceso de cortesía por su parte; y en consecuencia, que sería sumamente acertado visitarla en Pemberley a la mañana siguiente. Estaban, pues, en ir. Isabel encontrábase contenta, aunque cuando se preguntaba a sí misma por qué, tenía muy poco que contestarse.

El señor Gardiner las dejó en cuanto almorzó. El proyecto de la pesca había sido renovado el día antes y se le había asegurado que encontraría para