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ella a mediodía a alguno de los caballeros en Pemberley.


CAPITULO XLV

Estando convencida Isabel ahora de que la antipatía de la señorita de Bingley se había originado de los celos, no podía dejar de comprender cuán funesto tenía que ser para la misma su aparición en Pemberley, y estaba curiosa de saber con qué grado de cortesía por parte de dicha señorita iba a renovar aquel día su relación con ella.

En cuanto llegaron a la casa y atravesaron el vestíbulo entraron en el salón, cuya orientación al Norte hacíalo delicioso para el estío. Sus ventanas, abiertas de par en par, brindaban una muy refrigerante vista de las altas colinas, pobladas de bosque, posteriores a la casa, y de los hermosos robles y castaños de España esparcidos sobre la pradera que entre aquéllos y la casa se extendía.

En dicho departamento fueron recibidos por la señorita de Darcy, que allí esperaba sentada con la señora de Hurst, la señorita de Bingley y la señora con quien vivía en Londres. Su recibimiento por Georgiana fuémuy cortés; pero acompañado de todo aquel embarazo que, aun procediendo de timidez y miedo a errar, había imbuído la creencia de que era orgullosa y reservada a los que le eran inferiores; mas la señora de Gardiner y su sobrina le hicieron justicia y la compadecieron.

Por parte de la señora de Hurst y de la señorita