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juez conveniente. Para mí es imposible ser imparcial. Pero creo que su opinión de usted sobre él sorprenderá en general, y tal vez no la expresaría usted con tanta claridad en ningún otro sitio. Aquí está usted entre su propia familia.

—A fe mía que no digo aquí sino lo que diría en cualquiera otra casa de la vecindad, menos Netherfield. Todo el mundo está disgustado por su orgullo. No encontrará usted nadie que hable más favorablemente de él.

—No puedo pretender dolerme —dijo Wickham tras una corta pausa— de que ni él ni nadie no sean estimados en más de sus méritos; pero con él no ocurre eso de ordinario. La gente se ciega con su fortuna y con su importancia, o queda sobrecogida por sus distinguidos e imponentes modales, y así, lo ve sólo como él quiere ser visto.

—Yo, a pesar de lo ligero de su relación con él, lo tendría por persona de malas cualidades.

Wickham se limitó a sacudir la cabeza.

—Me maravilla —dijo a la próxima ocasión de tomar la palabra— que parezca que ha de estar mucho en este condado.

—Lo ignoro en absoluto; pero nada oí acerca de su marcha cuando estuve en Netherfield. Supongo que a los planes de usted relativos a la milicia del condado no los afectará el que él se encuentre en la vecindad.

—¡Oh!, no; no he de irme porque el señor Darcy esté aquí. Si desea evitar el verme, él será quien haya de partir. No estamos en buena amistad, y me