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con Darcy, no tenía esperanza de que se mencionase. Ni siquiera se atrevió a nombrar a dicho caballero. Mas su curiosidad quedó satisfecha de modo inesperado: el propio Wickham comenzó el tema. Preguntó cuánto había de Meryton a Netherfield, y tras de recibir la contestación volvió a preguntar con inquietud cuánto hacía que estaba allí el señor Darcy.

—Un mes poco más o menos —contestó Isabel; y entonces, no queriendo abandonar el tema, añadió:— Creo que es persona de grandes propiedades en el condado de Derby.

—Sí —contestó Wickham—; su hacienda es importante: diez mil libras anuales. No podría usted encontrar a nadie más apto que yo mismo para dar a usted informes verídicos sobre él, porque he estado relacionado con su familia de modo especial desde mi infancia.

Isabel no pudo menos de mirarle con sorpresa.

—Admirará a usted, señorita de Bennet, esta aserción mía después de haber visto, cual lo habrá hecho usted probablemente, la frialdad de nuestro encuentro ayer. ¿Tiene usted mucha relación con el señor Darcy?

—Toda la que deseo tener —repuso Isabel con viveza—. He pasado cuatro días en la misma casa que él y le tengo por muy desagradable.

—Yo no tengo derecho a dar mi opinión —continuó Wickham— en cuanto a si es o no agradable. No me es lícito formarla siquiera. Le he conocido durante demasiado tiempo y sobrado bien para ser