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ción y trato. La vida militar no es lo que yo creía! pero las circunstancias me la han hecho hoy ventajosa. Mi profesión debió haber sido la Iglesia; para ella estaba educado, y me hallaría en la actualidad en posesión de muy pingüe beneficio si así hubiera placido al caballero de quien ahora mismo estábamos tratando.

—¡De veras!

—Sí; el último señor Darcy me legó la primera presentación que correspondiese a la familia. Era mi padrino y me quería entrañablemente. No puedo hacer justicia a su bondad. Proyectaba ayudarme en grande, y creyó haberlo hecho; mas cuando la vacante del beneficio sobrevino, éste fué dado a otro.

—¡Cielos!—exclamó Isabel—; pero ¿cómo pudo ser eso? ¿Cómo se pudo prescindir de la voluntad del padre? ¿Cómo no buscó usted reparación legal?

—Había tal informalidad en los términos del legado, que no abrigaba esperanzas de parte de la ley. Un hombre de honor no habría dudado de la intención; pero Darcy prefirió dudar o tomar aquello como una recomendación meramemte condicional, afirmando que yo había perdido todo el derecho por extravagancia e imprudencia; en suma, por nonadas. Lo cierto es que el beneficio quedó vacante hace dos años, que yo tenía edad para ocuparlo, y que fué dado a otro; y no lo es menos que no puedo acusarme de haber hecho en puridad nada para merecer el perderlo. Tengo un tempe-