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adultas debe prescindir de pensar en su propia hermosura.

—En esos casos la mujer no tiene por lo común mucha belleza en qué pensar.

—Pues bien, querido, has de ir a visitar al señor Bingley cuando venga a nuestra vecindad.

—No me comprometo a tanto, te lo aseguro.

—Piensa en tus hijas. Considera sólo la proporción que sería él para una de ellas. Sir Guillermo y lady Lucas han resuelto ir sólo por eso, pues en general tú sabes que no visitan a los reciénllegados. Has de ir sin falta, porque nos será imposible visitarle si tú no lo haces.

—Eres sobrado escrupulosa a fe mía. Me atrevo a asegurar que el señor Bingley se alegrará mucho de verte, y yo le pondré unas líneas dándole mi cordial consentimiento para que se case con la que elija de las muchachas, aunque tendré que deslizar alguna palabreja en favor de mi Isabelita.

—Espero que no hagas semejante cosa. Isabel no es ni pizca mejor que las otras, y estoy segura de que no es ni la mitad de guapa que Juana ni la mitad de alegre que Lydia. Mas tú siempre le estás dando la preferencia.

—Ninguna tiene mucho de recomendable —replicó él—; todas son necias e ignorantes como otras jóvenes; pero Isabel posee algo mayor penetración que sus hermanas.

—¡Bennet!, ¿cómo ultrajas de semejante modo a nuestras hijas? Te complaces en molestarme. No tienes compasión de mis pobres nervios.