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—Te equivocas, querida; los respeto grandemente. Son antiguos conocidos míos. Te oigo hablar así de ellos lo menos hace veinte años.

—¡Ah!, no sabes lo que sufro.

—Pero espero que te repondrás, que vivirás para ver llegar a la vecindad a muchos pollos de cuatro mil libras anuales.

—No sacaremos nada aunque vengan veinte si no los visitas.

—Ten por seguro, querida, que cuando estén los veinte los visitaré a todos. El señor Bennet era tan singular mezcla de viveza, humor sarcástico, reserva y capricho, que la experiencia de veintitrés años no había bastado a su mujer para descifrar su carácter. Ella resultaba más fácil de conocer. Era mujer de mediana capacidad, poca instrucción y temple desigual. Cuando se hallaba descontenta se imaginaba nerviosa. La empresa de su vida la cifraba en casar a sus hijas; sus solaces eran el visiteo y el adquirir noticias.

CAPITULO II

El señor Bennet fué de los primeros que visitaron al señor Bingley. Siempre había pensado hacerlo, aunque siempre también asegurara a su esposa que no lo haría, y hasta la tarde siguiente a la visita no tuvo aquélla conocimiento de la misma. El hecho quedó entonces revelado del modo siguiente: Observando el señor Bennet a su hija segunda ocupada en adornar su sombrero, díjole de pronto: