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das que yo no he contestado. Permíteme hacerlo sin mayor pérdida de tiempo. Acepta mi agradecimiento por el cumplido que me haces. Agradezco mucho el honor que significa tu proposición, pero me es imposible dejar de rechazarla.

―No tengo que aprender ahora ―replicó Collins accionando con seriedad― cuán corriente es entre las jóvenes el rechazar proposiciones de un hombre que en secreto piensan en aceptar cuando él obtenga su estimación, y que en ocasiones la repulsa se repite una segunda y a veces hasta una tercera vez. Por esto no quedo descorazonado de ningún modo por lo que acabas de decirme, y espero conducirte al altar dentro de poco.

―A fe mía ―exclamó Isabel― que tus esperanzas son bien extraordinarias después de mi contestación. Asegúrote que no soy de esas mujeres ―si es que las tales existen― que osan arriesgar su felicidad al azar de que se les declaren una segunda vez. Procedo con la mayor seriedad en mi repulsa. No me puedes hacer dichosa, y estoy convencida de que soy la mujer que menos te lo puede hacer a ti en el mundo. Hay más: si tu amiga lady Catalina me conociera, bien cierta estoy de que me hallaría desde todos los puntos de vista poco a propósito para el asunto.

―Si fuera seguro que lady Catalina pensara así... ―dijo con mucha gravedad Collins―; pero no puedo imaginar de ningún modo que lo desaprobara. Y puedes estar confiada en que cuando tenga el honor de volverla a ver le hablaré en los términos