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está impaciente por ver a su hermana, y, a decir verdad, no estamos nosotras apenas menos deseosas de verla. No creo que Georgiana Darcy tenga igual en belleza, elegancia y finura, y el afecto que nos inspira a Luisa y a mí se hace aún mayor con la esperanza que abrigamos de conseguir que sea más tarde nuestra hermana. No sé si te he manifestado nunca mis sentimientos sobre ese punto; pero no abandonaré el campo sin contiártelos, y calculo que no los tendrás por faltos de razón. Mi hermano la admira ya mucho; ahora dispondrá de frecuentes oportunidades para verla con la mayor intimidad, y creo que no me ciega la parcialidad de hermana para tener a Carlos por muy capaz de conquistar el corazón de una mujer. Con todas esas circunstancias para aumentar un afecto, ¿me equivoco, queridísima Juana, si abrigo la esperanza de un acontecimiento que habrá de asegurar la felicidad de tantos?»

―¿Qué opinas de este párrafo, querida Isabel? ―dijo Juana en cuanto lo terminó― ¿No es bastante claro? ¿No expresa claramente que Carolina ni espera ni desea que yo sea su hermana, que está por completo convencida de la indiferencia de su hermano, y que, si sospecha la naturaleza de mis sentimientos hacia él, se propone― ¡eso sí, con mucha dulzura!― ponerme en guardia? ¿Puede opinarse de otro modo en esta cuestión?

―Sí se puede; porque mi sentir es en absoluto diverso. ¿Quieres oírlo?

―Con el mayor gusto.

―Te lo expondré en pocas palabras. La señorita