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de Bingley ve que su hermano está enamorado de ti y quiere que se case con la señorita de Darcy. Sigue a aquél a la capital con la esperanza de retenerlo allí, y trata de convencerte de que él no se cuida de ti.

Juana movió la cabeza.

―Cierto, Juana; debes creerme. Nadie que os haya visto juntos puede dudar de su afecto. La señorita de Bingley de seguro que no puede; no es tan necia. Si hubiera visto en el señor Darcy la mitad de ese afecto hacia ella habría encargado su vestido de boda. Mas el caso es el siguiente: no somos suficientemente ricas ni elevadas para ellos, y está ella tan ansiosa de pescar a la señorita de Darcy para su hermano porque si se efectúa un matrimonio entre ellos puede encontrar menores inconvenientes en conseguir el segundo; en todo lo cual hay cierta ingenuidad, y me atrevo a decir que conseguiría sus anhelos si no se atravesase por medio la señorita de Bourgh. Pero, querida Juana mía, no puedes pensar con seriedad que por decirte la señorita de Bingley que su hermano admira mucho a la de Darcy, sea él en menor grado sensible a tus méritos que cuando se despidió de ti el jueves, ni que estará en poder de ella el persuadirle de que en vez de hallarse enamorado de ti lo está de su amiga.

―Si pensáramos lo mismo de la señorita de Bingley ―replicó Juana―, tu explicación me dejaría más tranquila. Mas yo sé que su fundamento es injusto. Carolina es incapaz de engañar voluntaria-