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de ser. ¿No es ésta alguna excusa para mi falta de cortesía, si es que en realidad la he cometido? Mas yo he recibido otras provocaciones, usted lo sabe. Que mis sentimientos no hubieran sido contrarios a usted, que hubieran sido indiferentes o que le fueran favorables, ¿piensa usted que alguna consideración podría tentarme a aceptar a un hombre que ha sido la causa de disipar acaso para siempre la felicidad de una hermana querida?

Cuando ella pronunció estas palabras Darcy cambió de color; pero la emoción fué pasajera, y siguió escuchando sin tratar de interrumpirla mientras continuaba:

―Tengo cuanta razón hay en el mundo para pensar mal de usted. No hay ninguna que pueda excusar el papel injusto y falto de generosidad que usted desempeñó en eso. No puede usted atreverse a negar que ha sido la principal si no la única causa de separarlos y de exponer al uno a las censuras del mundo por su capricho y volubilidad y a la otra a la burla por lo fallido de sus esperanzas, envolviendo así a ambos en la mayor desventura.

Detúvose aquí y vió con no escasa indignación que él escuchaba con aire que argüía no hallarse nada conmovido por sentimientos de remordimiento. Hasta la miraba con sonrisa de afectada incredulidad.

―¿Puede usted negar que haya hecho eso? ―repitió ella.

Procurándose tranquilidad, contestó entonces él:

―No he de negar que hice cuanto estuvo en mi