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agradaba, así lo creo, y hasta oí algo de eso, aunque no lo recuerdo bien; algo referente al señor Robinsón.

—Acaso lo que entreoí yo al señor Robinsón y a él; ¿no se lo dije a usted? Al preguntar el primero al segundo cómo encontraba nuestra reunión de Meryton, si creía que había en el salón muchas hermosuras, y quién le parecía más bonita, contestó al punto a lo último: «¡Oh! La mayor de las Bennet, sin duda ninguna; no se puede discutir eso.»

—¡Caramba!

—Bien; pues eso está resuelto; parece que...; pero, no obstante, habrá de quedar en nada; ya lo sabes.

—Lo que yo entreoí al señor Darcy no es tan digno de escucharse como lo de su amigo —añadió Carlota—. Pobre Isabel; ¿fué aquello siquiera tolerable?

—Te suplico que no pienses que a Isabel la molestó aquello, pues es hombre tan desagradable que sería desgracia gustarle. La señora de Long me dijo la noche pasada que había estado sentado a su lado durante media hora sin despegar los labios.

—¿Estás segura, mamá? ¿No hay en eso una pequeña equivocación? —dijo Juana—. Yo vi al señor Darcy hablando con ella.

—¡Ah! Porque al final ella le preguntó si le gustaba Netherfield, y no pudo evitar el responderle; pero la misma señora dijo que parecía molestarse él cuando se le hablaba.

—La señorita de Bingley nos contó —añadió Juana— que nunca habla él mucho, a no ser con