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dida a su propio comfort fueron cosas que tocó el señor Bennet, y nada pudo haber elegido mejor. El tema condujo a Collins a emplear mayor solemnidad de modales que de ordinario, y con la mayor seriedad afirmó que en toda su vida no había visto conducta igual en una persona de su rango, ni tal afabilidad y condescendencia como él había observado en lady Catalina. Habíase dignado aprobar los dos sermones que ya había tenido el honor de predicar ante ella; le había invitado también a comer dos veces en Rosings, y el mismo sábado anterior había enviado por él para completar su partida de cuatrillo durante la velada. Lady Catalina era tenida por orgullosa por muchos a quienes él conocía; pero él mismo jamás había visto en ella sino afabilidad. Le había hablado siempre como pudiera hacerlo a cualquier otro caballero; no hacía la menor objeción a que él se reuniese con las gentes de su vecindad, ni porque abandonase en ocasiones su parroquia durante una o dos semanas para visitar a sus parientes. Se había dignado recomendarle siempre que se casase lo más pronto posible, con tal que eligiese con discreción, y le había visitado en su humilde abadía, donde aprobara en absoluto cuantas alteraciones hiciera, llegando hasta a sugerirle alguna, entre ellas una relativa a las habitaciones superiores.

—Cierto que todo eso está muy bien y revela cortesía dijo— la señora de Bennet; tengo desde luego por muy agradable a esa señora. ¡Lástima que las grandes señoras en general no se le parezcan!

¿Vive cerca de ti?