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siempre son gratos a las damas. Más de una vez he dicho a lady Catalina que su encantadora hija parecía nacida para duquesa, y que el más elevado rango, en vez de remontarla, quedaría honrado por ella. Tal es el género de cosillas que agrada a Su Excelencia, y ésa es la clase de atenciones que me considero especialmente obligado a tener.

—Estás en lo cierto —dijo el señor Bennet—, y es fortuna para ti poseer el talento de lisonjear con delicadeza. Puedo preguntarte si semejantes gratas atenciones proceden por impulso del momento o son resultado de previo estudio?

—Brotan por lo general del momento, y aunque a veces me entretengo en idear y preparar esos cumplidos elegantes para poderlos adaptar a las ocasiones que se brindan, siempre anhelo darles tal aire que semejen en lo posible como no estudiados.

Las suposiciones del señor Bennet se habían realizado. Su primo era tan absurdo como él había creído, y por eso le escuchaba con el más perverso gozo, conservando al propio tiempo la más absoluta compostura, y salvo alguna mirada a Isabel de vez en cuando, sin tratar de buscar copartícipes en su placer.

Mas a la hora del te la dosis resultaba ya suficiente, y como el señor Bennet tuvo la satisfacción de ver de nuevo en el salón a su huésped, cuando aquél concluyó, invitó a éste a leer en alta voz a las señoras. Collins accedió al punto y se trajo un libro; mas en cuanto lo vió—conocíase en seguida que era de