exposición, coordinación, detalles y ropaje, no cupiera la mayor riqueza de lozana inventiva. No parece sino que ya Horacio no hubiera dicho á esos críticos : «Non nova, sed nove.»
Sabido es que antes de Ariosto trató el asunto de su gran poema el Conde Mateo Boyardo, en una vasta epopeya romancesca en que su ingenio, fecundo en invenciones, derramaba en setenta y nueve cantos las historias caballerescas más profusas y desatinadas; y por cierto que él mismo se inspira en otros romances más antiguos; porque las figuras leyendarias de Carlo-Magno , de Orlando y otras, eran ya tan conocidas en Italia como en Francia, y se ven reunidas todas coa sus caballerescas tradiciones en el antiguo romance, más tosco que toscano de Reali di Francia; y la Spagna, la Regina Ancroja y otros partos monstruosos de la primitiva epopeya, se recitaban por las calles y plazuelas. Ni dejó tampoco ese mismo Boyardo de imitar un sitio de Troya en su sitio de París, una Helena en su Angélica, un Agamenón en Carlo-Magno, y así otras muchas cosas de Homero y de Virgilio. Es verdad que Ariosto se apropia más abiertamente á Agramante, á Mandricardo, á Gradasso, á Secripante, etc., y no digo á Rodomonte, porque esc nombre se lo puso él mismo, y con caracteres tan vivos lo grabó en la mente de todos, que ha quedado para ejemplo de fanfarrones; pero ¡de qué modo tan distinto