En un segundo pueblo, encontramos inesperadamente un grupo de ocho o diez carros elegantes—producto regular de Nueva York—parados en línea, y cincuenta jinetes, magníficamente montados, con sillas de montar del más costoso diseño y todos brillando con plata, formaban una columna doble. Al instante, las campanas de una pequeña Iglesia sonaron con un repique alegre, inusual en un día de reposo y cuando el carro se paró, los jinetes avanzaron y se pararon con cabezas descubiertas, mientras que su portavoz informó Sr. Seward, que llegaron en nombre del Gobierno y pueblo del estado de Jalisco, y la autoridades y residentes de Sayula, para darle la Bienvenida a su ciudad y de estado, ofreciéndole una humilde cena, y la hospitalidad del lugar por el tiempo que decida estar con ellos. El Sr. Seward respondió tan breve y sinceramente como fue posible, y dejando la diligencia entró a los carros, y el grupo salió con escolta doble a toda velocidad para Sayula, a cinco millas de distancia.
Al llegar a la ciudad, encontramos toda la población recibiéndonos, y de cada puerta y ventana, y cada punto accesible en las aceras, saludos respetuosos dieron la bienvenida a los extraños del norte. Ojos oscuros y labios rojos, tal como vimos, pero rara vez en la "Tierra Caliente", sonrieron la bienvenida a nosotros, y cuando los carros rodaron en la Plaza de Armas, las campanas sonaron, disparos de cañón, notas de música marcial, y vivas de la población, añadieron al énfasis del saludo. A través de una fila doble de ciudadanos bien vestidos e inteligentes, luego a través del portal alineado con soldados de tez morena presentando armas, el grupo pasó al gran patio pavimentado de la Casa Grande de Sayula y entrando al salón de la casa nos hicieron en casa, inmediatamente.