Después de las presentaciones, fuimos invitados al salón, donde el desayuno—de hecho fue una gran comida—fue puesto, y las mesas rápidamente se llenaron, los lugares no ocupados por nuestro grupo fueron tomados por ciudadanos y damas acompañantes, mientras una multitud de sirvientes les atendían. Es la costumbre, en México, de cambiar platos a los comensales con cada plato, plato tras plato rápida sucesión, hasta que estuvimos muy llenos. Vinos, también hubo en abundancia, y el mejor de todos fue el oscuro, rico, afrutado, y aceitoso producto de la uva de Sayula, similar al de calidad mas fina de Málaga, que es completamente igual, si no realmente mejor.
Ahora estábamos, por primera vez, en la región productora de uva de México, y nuestra primera introducción a sus vinos fue agradable, de hecho. Fraternidad y buenos sentimientos estaban a la orden del día. Lo que más nos sorprendió fue el hecho de que estas personas sólo habían oído de la llegada del grupo seis horas antes, y que toda esta demostración fue completamente improvisada. Dudo si cualquier ciudad en los Estados Unidos de la misma, o incluso del doble de población, podría, o haría tanto en tres veces el tiempo, para el mismo Presidente; y todo esto fue simplemente para un distinguido ciudadano de los Estados Unidos, y amigo de México.
Cuando las viandas solidas se limpiaron, Enfraus Carison, prefecto político de Sayula, se levantó y leyó un cálido discurso de bienvenida. Jose G. Arroyo, un joven representante de la prensa de Guadalajara, siguió con un discurso apasionado y realmente elocuente y patriótico, y otros siguieron de igual manera. El Sr. Seward hizo una breve respuesta, en términos similares a los de su discurso en Colima, y sus observaciones fueron interpretadas para
