piedad al estado de Jalisco, con fines educativos. Aquí encontramos a doscientas treinta niñas desde la edad doce a veinte años, con apariencia brillante, inteligente y feliz. Aquellos que pueden hacerlo pagan diez dólares por mes, o ciento veinte dólares al año, y quienes no pueden, (comprenden a la mayoría de los alumnos) no pagan nada. Por esto reciben instrucción en todos los estudios que habitualmente seguidos en las escuelas superiores en los Estados Unidos, música instrumental y vocal, dibujo de objetos, todas las Bellas Artes, bordado, fabricación de encajes y, mejor aún, cocinar, lavar, planchar, y otra tareas domésticas. Todos ellos viven en el edificio—hospedaje está incluido en los diez dólares al mes—y toman turnos en hacer el trabajo en cada departamento, de manera que todos sepan cómo hacer tal trabajo bien. Nunca vi caras más brillantes y felices a mi alrededor.
Visitamos todos los departamentos, desde la cocina hasta la Galería de Bellas Artes, y encontramos que todos de los maestros son nativos mexicanos, hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes y educados en el país. Los alumnos generalmente pertenecen a las mejores familias republicanas del Estado; pero el más alto y más bajo, más rico y más pobre, más blanco o más moreno, son admitidos en la misma igualdad de condiciones. Cuando se gradúen están listos para ser maestros en las escuelas públicas o para limpieza, o los varios oficios.
Vimos en la sala de bordado, trabajo de encaje y bordado en seda, algodón y trabajo en metal de la más exquisita fineza y delicadeza. Algunos de los pañuelos de lino, grabados con retratos de Lincoln, Juárez y Zaragoza, en hilo de seda negro, eran iguales en precisión y delicadeza a los mejores grabados de acero, y las copias de pinturas al óleo bordados en seda, eran facsímiles per-
