difícilmente habría sido considerado por un visitante hace veinte años, que en este momento los santos padres tendrían prohibido el derecho a caminar por las calles de Guanajuato en sus trajes clericales y amplios sombreros; pero tal es el caso. Durante el tiempo que estuvimos allí, algunos de ellos, con exceso de confianza, se aventuraron a desobedecer la ley, y aparecieron con sus túnicas negras en las calles. Acto seguido, el General Antillón emitió una orden que requiere la policía a arrestarlos a todos por esa violación, y notificó que sería castigados con una multa de quinientos dólares, y treinta días en la cadena de presidiarios, con doble pena por cada reincidencia del delito. Al día siguiente no hubo un vestido negro o sombrero de pala visto en las calles de Guanajuato: y esta fue la Ciudad en la que la Iglesia condenó el Padre Hidalgo a muerte.
La educación de ninguna manera se descuida o despreciada por el pueblo de Guanajuato en este momento. Mientras tanto, asistimos al examen y distribución de premios anuales en el Colegio del Estado. El Gobernador Antillón presidió y distribuyó los premios. El colegio tiene casi trescientos alumnos, y es, en parte, auto sostenido. Parece estar bien administrado, y ser una institución modelo en su tipo. La clase graduándose, con pocas excepciones, en trajes de gala negro, guantes blancos; pero noté con mucho placer, que algunos de los premios más altos fueron otorgados a jóvenes indios casi sin mezcla de sangre, en pantalones de cuero limpios pero gruesos y chaquetas redondas, que eran, al parecer, tratados con tanta consideración por la Facultad y sus compañeros estudiantes como a cualquiera ahí. Hubo abundancia de música operística extremadamente fina, algunas declamaciones superiores, y cuando todos los premios, consistentes en libros elegantemente enlazados de valor práctico—no solamente