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CAPÍTULO VIII.


DE GUANAJUATO A QUERÉTARO.


S

ALIMOS de Guanajuato a las 4 a. m., el lunes 8 de noviembre, sin un guardia, y precedidos por postillones marchando a pie, y cargando antorchas, manejamos a galope hacia abajo del largo arroyo, entre las haciendas como fortalezas de los suburbios y Marfil, y afuera a campo abierto por debajo de las montañas. Cuando amaneció estábamos cruzando un amplio "río de arena," cerca de un pequeño pueblo. Muchas mujeres llevaban agua en jarras sobre sus hombros de pozos poco profundos escarbados en la arena del fondo del arroyo, que no es un arroyo para nada, excepto durante las inundaciones de la temporada de lluvias.

Tuvimos opciones de equipos de la "Empresa General de Diligencias" en cada estación, y como el camino era excelente avanzamos a un ritmo glorioso. Esta fue la mejor parte de México, que todavía no habíamos visto. El llano es amplio y extremadamente fértil, y por lo general bastante bien cultivado. Vimos muchos campos de maíz que se llamarían Nº 1, y algo más, en Illinois, y anchos cinturones de trigo bien desarrollado y de verde brillante.

Las granjas o ranchos son de tamaño inmenso, separados sólo por pilares de mampostería, de unos quince pies de altura, para marcar los límites, y cada hacienda o casa de granja es una fortaleza en sí misma, rodeada por un pequeño pueblo, ocupado por ex peones, pero ahora por obreros con derechos.