negado por López y sus amigos. En cualquier caso, corrió directamente a la sede de Maximiliano en La Cruces, le dijo todo estaba perdido, y le instó a escaparse a Las Campanas, e irse si podía. Maximiliano, quien pareció haber perdido completamente sus sentidos, corrió hacia abajo desde su habitación en el segunda piso al sótano del convento, y exigió a sus Caballos, pero se le dijo que los republicanos ya tenían posesión los establos. Entonces corrió hacia el norte, pero tomado por el hombro, por un oficial que lo empujó hacia atrás, diciéndole que corría directamente a las fauces de la muerte. Luego corrió a pie a hacia Querétaro en dirección suroeste hacia el Cerro de Las Campanas. A su paso por la Ciudad fue visto en uniforme por algunos de los soldados del Regimiento del Coronel Rincón de las fuerzas republicanas, que ya iban camino hacia el centro de la ciudad. Le gritaron que parara, pero el Coronel Rincón, ya sea porque no lo reconoció, o porque su padre tenía grandes obligaciones con Maximiliano, dijo: "No; es sólo un ciudadano particular, y un compatriota nuestro; ¡déjenlo ir!" Entonces siguió corriendo a Las Campanas sin interrupción y, exigiendo caballos, le dijeron que era inútil, porque todo el campo enfrente ya estaba ocupado por el General Regules.
Así aislado, y rodeado en todos los puntos, tomó una bandera blanca en su mano, y comenzó a bajar la pendiente de cien pies hacia la ciudad, y antes de llegar abajo se encontró con el Coronel Geo. M. Green, el efectivo oficial en comando de la Legión de Honor estadounidense de San Francisco, quien lo reconoció. Ya habían hecho disparos a Maximiliano para entonces, repetidamente, por los republicanos avanzando, y estaba en una lastimosa
