pugnancia de tocar las manos de hombres comunes, tenía la costumbre en México de pararse con las manos detrás de él, y en esta posición se paró y dijo algo inaudible para los espectadores, a Mejía y Miramón. Entonces inició un amargo discurso, enmarañado e incoherente, a Escobedo—no las palabras, en absoluto, que desde entonces se han puesto en su boca—acerca de estar dispuesto a morir por el bien de México, pero fue detenido y se le dijo que viera hacia los mosquetes. Mejía se quedó con los brazos cruzados, Miramón sosteniendo su defensa escrita; y
Maximiliano con una cruz en alto en su mano derecha, cuando llegó la fuerte andanada, y los tres rodaron sobre la tierra. Mejía y Miramón murieron instantáneamente, pero Maximiliano golpeaba la palma de su mano sobre su