pañía aguantaron esto hasta que fue evidente que habría una considerable perdida si el juego seguía de esa manera toda la noche, la mayoría de que ellos serían arruinados mas allá de la esperanza de redención. Es hermoso ver hermanos habitando juntos en unidad, pero cuando tienes que soportar el costo, y hacerlos felices de tu propio bolsillo, el espectáculo pierde mucho de su atractivo; al menos, así lo pensaron los demás presentes esa noche. Finalmente, Joe Ackerson repartió cartas, y hubo algunas manos pesadas, aparentemente, a juzgar por la forma en que diferentes grupos apostaron sus granos. Downton estaba "ciego"; y Gerry lo vio y levantó la apuesta. Downton se hizo el ciego y también la levantó; y así siguió hasta que cada uno tenía su resto en la mesa, y todos los otros jugadores se habían salido, y estaban mirando, excepto Joe Ackerson, quien anunció que había tenido suficiente, y se retiró a su lujosa litera, bajó la cortina de su cama—cobijas de lana de ocho libras de San Francisco—alrededor de él, y en apariencia, por lo menos, se acostó para agradable sueño.
Llegaron finalmente a una última llamada, y mostraron sus manos. Gerry puso cuatro reyes triunfalmente, y se inclinó para tomar la moneda; pero Downton suavemente le rechazó, y puso cuatro ases ante sus ojos asombrados, jaló todo a su de lado de la mesa, y comenzó a contarlo haciendo montones de veinte dólares, preparándose a ponerlo en sus bolsillos y pañuelo. Fue perfectamente asombrosa la rapidez con que estos dos afectuosos y efusivos hermanos olvidaron su probable relación, que tanto habían presumido unos minutos antes, y entraron en acusaciones y recriminaciones, y de ahí a manifestaciones beligerantes.