siempre dote a todos los presidentes y todos los congresos con la sabiduría necesaria para el desempeño de sus supremas responsabilidades.
El Señor Saavedra, Ministro de Gobernación, habló a continuación, y el Diputado Rojo le siguió, cada uno dando, igual que todos los oradores posteriores, un sentimiento en honor del Sr. Seward y la "Alianza moral de las repúblicas americanas para la defensa de las instituciones republicanas contra la agresión extranjera".
Luego vino el gran discurso de la noche—la del orador más de casa e inteligente en México, el estudioso indio, republicano radical, valiente soldado y estadista anti-iglesia, Ignacio M. Altamirano de Guerrero. Este singular hombre representativo de la raza aborigen de México no tiene nada en su apariencia personal para atraer la atención del observador casual, pero el efecto mágico de su apasionada elocuencia va más allá de la descripción, y uno debe verlo y escucharlo para comprenderlo.
Nacido de padres Aztecas en el estado de Michoacán y criado en estricta observancia de la fe católica, este hombre se auto educó hasta un nivel pocas veces alcanzado en los Estados Unidos o Europa y aprendió a odiar al sacerdocio que durante siglos mantuvo en la más abyecta esclavitud las conciencias y las mentes de millones de su raza, con un odio que encuentra expresión en el len-
