los reformadores, pero es su problema, no el mío, y si ellos pueden soportarlo, yo puedo. El cielo bajo el techo de esta vieja Iglesia vieja es una bella maravilla. Es de cedro pintado por el tiempo de color caoba, labrado con exquisita habilidad, dorado en lugares, y barnizado. La tradición dice que este trabajo fue realizado por ángeles en la noche, y que cuando el obispo llegó por la mañana para empezarlo, encontró asombrado que ya habían terminado la Iglesia y no tenia más que hacer. En todo el país se hicieron trabajos iguales o similares en las Iglesias, los Ángeles en la mayoría de los casos hacian tanto de noche como los obreros durante el día, y por las estructuras eram medio mortal y medio inmortal en su origen. En este caso hicieron todo el techo, y no se encuentra afectado por el tiempo en toda su belleza perfecta actualmente. Si yo tuviera duda o fuera burlón—que no soy— podría ser tentado a sugerir que el milagro hubiera sido más contundente y eficaz, si los ángeles hubieran venido a plena luz del día, y hecho el trabajo a la vista del pueblo; pero mi fe me permite ver que haciéndolo después del anochecer, en silencio, y sin siquiera una vela o linterna para atraer la atención del público, hace el milagro más maravilloso, y el trabajo más glorioso. El trabajo fue realizado, es cierto, hay un techo con grecas muy delicadas, tan perfecto hoy como lo fue hace trescientos cuarenta años, y yo, lo encuentro más barato y más fácil a la vez de creer, que perder tiempo creando dudas y discutir cuestiones sin ningun beneficio al hombre.
Después de salir de la Iglesia, un grupo de gente irreverente de California, que vino en tren de México, la visitó, llevando una canasta de champagne
