Cuando la compañía de ferrocarriles, en el colapso del Imperio, tuvo que suspender el trabajo unos meses, más o menos, por la condición del país, se dice que mandaron un sub-superintendente inglés a Amozoc, para hacerse cargo del material disponible en la vecindad. Con perfecta sencillez inglesa, almacenó todos los rieles, y dejó las silletas y espigas afuera. No es necesario decir que cuando se reanudó el trabajo no había una sola silleta o espiga para ser encontrada, y debo añadir que el precio de mercancías de acero fabricadas en Amozoc habían mientras tanto caído exactamente al costo de la mano de obra, los empresarios de Amozoc no reconocían ningun cargo por material en sus estimaciones de costos del negocio.
Dejar las silletas y espigas afuera desde luego fue un absurdo, pero que era muy necesario guardar los rieles se demuestra por el hecho de que ellos solían desaparecer todas las noches, cuando se dejaban afuera y no amarrados. Un día, un oficial de la compañía cabalgaba a unas doce millas de distancia de la via, cuando vio a un nativo llevando una yunta de bueyes, con un riel T completo, pesando unas sesenta libras por pie, arrastrandolo por el suelo detrás de ellos. Exigió saber lo que estaba haciendo con el riel el tipo respondió, con un encogimiento de hombros:
"Oh, sólo voy a construir un puentecito"
"Pero ese riel le pertenece a la compañía de ferrocarriles; ¿no sabes?"
Oh, no, Señor, no sabia a quién le pertenecía. ¿Usted representa la empresa?"