Una parte de nuestro grupo fue a misa de medianoche en la "Noche Buena", o la víspera de Navidad, y vio la procesión de los reyes magos de Oriente entrar buscando al Cristo recién nacido, mientras miles se arrodillaban viendo con admiración, y repitiendo las oraciones de la ocasión. La música era fina, el canto bueno, y el espectáculo en conjunto hermoso e imponente.
El Domingo fui a las Catedral con dos señoras amigos, una que fue a orar con una fe simple, infantil, para los amados padres, hermanas, hermanos y amigos, que dejaba atrás en casa de su juventud; y una de otra fe, una joven esposa feliz, que iba con ella, sólo para acompañarla como es la costumbre del país. Me detuve en la puerta mientras entraron. Mi amiga casada llevaba un sombrero de moda sobre su cabeza, y no se ajustaba a los usos del lugar, pero se mantuvo erguida, contra la pared. Este hecho atrajo la atención a algunos de los adoradores, y uno de ellos se acercó y le dijo en reproche, pero no exactamente amenazadoramente, y con aparentemente más tristeza que enojo, "¡veo que eres un demonio!" con lo cual, ella salió rápido, y esperó en la puerta, hasta que la joven, con un rostro radiante con el placer que proviene de la conciencia de deberes bien realizados, se levantó de sus rodillas y salió a encontrarnos.
Hace algunos años, no hubiera sido seguro que una mujer protestante, con la cabeza cubierta con un sombrero, se hubiera visto en ese lugar, pero ahora el caso es diferente. Hay algunas trazas del antiguo fanatismo que se ven entre las clases más bajas aún, pero su furor muere rápidamente en todas partes de México.
En la noche del Domingo nos fuimos al teatro, donde
