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TODA LA POBLACIÓN APOSTANDO.

rimento, gané, y lo duplique y gané otra vez, la gente al frente retrocedió respetuosamente, y tuve toda la mesa para mi solo hasta que había ganado una docena de dólares, y concluyendo que el juego era demasiado incierto, le dije buenas noches al croupier, recibí un cortés buenas noches de él, y me fui. Los gente pobre parece seguir jugando, mientras les quede diez centavos, y desde luego la casa gana en el largo plazo.

Más arriba hay un puesto grande en que se juega quino, por artículos de lujo, cerámica de china, etc., etc., el costo de una tarjeta es de seis centavos un cuarto, o cuatro por veinticinco centavos. No conocía el juego, pero el Coronel Green actuó como mi padrino, y en media hora era el feliz poseedor siete juegos de tazas y platos de cerámica china, con dos servidores para jugar, todo a un costo de sólo un dólar y un cuarto. Lamento tener que verme obligado a añadir que las vendí por un dólar—valían siete—no conseguí ningún postor entre mis compañeros; pero hice a una familia de niños pequeños feliz con ellas, y sentí que había conseguido más que el valor de mi dinero, después de todo.

Juegos de azar ocurrían por el centro de la plaza; monte, faro, etc., etc., por todos lados—en la minoría, y no bien patrocinados—y el lado opuesto a los puestos de ruleta, está cubierto con un gran cobertizo capaz de sentar mil o mil quinientas personas, dedicado exclusivamente a quino, jugando por dinero. Las tarjetas o boletos, se pegan en las mesas y se deberá enumerar al menos mil en total. A cada jugador se le da un puñado de granos de maíz con que marcar los números al jugar, cuando son nombrados por el operador, y tan rápido como se termina un juego—tarda unos tres minutos—los