dos personas, encaramados en resortes de cuero en el centro. Era jalado por tres pequeñas mulas con arnés una en la flecha, y una a cada lado; va a pasar mucho tiempo para ver otra así.
Esa noche todos fuimos al teatro de Sisal. Fue un evento divertido. El escenario estaba bajo un techo de palma, abierto por un lado, y el escenario estaba fijo permanentemente, no permitiendo cambios. El público se sentaba en un patio grande y abierto, con el cielo estrellado por encima de ellos como techo, y una arboleda de palmeras en pleno verdor como fondo. Es sin duda el teatro más alto del mundo en este momento, el mejor ventilado, y el más seguro en caso de un incendio o un terremoto.
De que trató la obra no pude averiguar. La compañía estaba compuesta de aficionados, y la actuación fue para beneficio de alguna caridad que espero lo merezca. El teatro estaba repleto, los mosquitos ocupando todo el espacio no necesario para la audiencia de unas quinientas personas. El actor principal era el Prefecto político del pueblo, un caballero fino, carnoso, viejo, que, a pesar del pérdida de un ojo, actuaba su parte muy bien. Hice su amistad, y lo encontré un verdadero caballero, y muy grata compañía de hecho. La admisión costaba dos reales, y un real extra por una silla—total, treinta y siete centavos y medio. La escena fue novedosa e interesante, y no olvidaré pronto el entretenimiento de esa noche en el teatro, al lado del inquieto, mar gimiendo, en la costa salvaje y solitaria de Yucatán.
Esa noche un grupo de funcionarios y ciudadanos líderes salieron de Mérida, al recibir el telegrama anunciando la llegada del Sr. Seward, y bajaron por la costa antes de medianoche, habiendo galopado sus caballos todo el camino.