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Julián Juderías

—Este es V. principe y ese su nombre en el lenguaje de los orientales.

»La reina del Oriente tendrá que reunir la sangre de las doce tribus con la de las doce tribus del Occidente.

»Que se purifique con ayunos y oraciones.

»Que se vista con blancos ropajes y perfume su cabeza con mirra. » A medida que avanzaba en la lectura la voz de la joven se hacía entrecortada, un ligero carmín se extendía poco á poco por sus mejillas y su pecho se agitaba.

«Se presentará ante el hombre del Occidente y compartirá con él sus riquezas.

»Y el hombre del Occidente se apartará de la serpiente y cxclamará» : «¡Kella! ¡Todo se ha consumado!» »Y la sangre de ambos servirá de nueva alianza entre el eterno y las gentes.

»El pueblo de Israel se unirá á los demás que habitan en la tierra y sobre ellos lucirá la luz de la verdad.» La joven miraba al príncipe sin pestañear, á tiempo que cruzaban por sus ojos apasionados pensamientos. Cerró el libro, lo colocó nuevamento en el armario y echó la llave á éste.

—Ahora, príncipe, dijo volviendo á su sitio, después de las indicaciones que acabo de hacerle, cumpliré una parte de las órdenes que he recibido.

La joven sacó de debajo de los cogines un 30bre abultado provisto de siete sellos, que ostentaban el ojo de la Providencia y una palabra hebrea que significa Verdad.

—Tome V., prosiguió, con voz cariñosa melódica á la par que enérgica dando el sobre á su interlocutor. Es la mitad de cuanto poseo. Aquí están los siete millones mencionados en mi carta