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Julián Juderías

mano de la joven brillabaun largo y afilado estilete y lo hacía desaparecer con brusco movimiento en el desnudo pecho en el sitio del corazón.

Al príncipe le pareció que la sangre de la herida le salpicaba el rostro cegándolo. Sintió que se desplomaba y muy luego todo se confundió y se oscureció ante sus ojos.

X

Aquella noche trajeron al príncipe á su casa en un estado de absoluta inconsciencia; avisados á los médicos estos á su vez llamaron al príncipe Alejo Danilitsch, mi tio en tereer grado y al conde Alejandro D. L., primo del enfermo.

Al cabo de una semana abandonó éste el lecho, pero no era ni sombra de lo que fué; estaba amarillo, delgado y muy débil. Continuamente se echaba mano al pecho, decía que le quemaba algo sobre el corazón y pedia la cruz que estaba acostumbrado á llevar.

Le compramos diferentes cruces, decía mi abnela, pero las rompía y pedía que le trajesen la que había perdido. Esta no parecía por haberse quedado en la casa maldita.

El dinero lo trajo en el bolsillo del frac; estaba en billetes del Banco de Inglaterra. En el mismo sobre había, además, diferentes papeles escritos en francés con letra menuda, que contenían las revelaciones místicas leídas por Myrrha. Mi abuela guardó estos papeles los conservó cuidadosamente y me los regaló después.

Una parte del dinero de Myrrha se empleó en practicar investigaciones acerca de la misteriosa morada subterránea en que acaeció el hecho. No se evitaron gastos, pero cuantos esfuerzos se hicieron resultaron estériles é infructuosos. Solo en