si le hubiera picado una serpiente. ¡No puedes!
¡Miserable!
Al punto se borró la aparición celestial y de nuevo apareció Myrrha, cuyo rostro reflejaba perversa locura.
—¡No puedes! gritó con desesperación no puedes? cobarde. Te confié todo cuanto era grande y sagrado. La esperanza de Israel y de la humanidad entera la puse en tus manos. Te entregué cuanto una mujer puede sacrificar a un hombre, y ¡no puedes! ¡Vete!
Levantó la mano y quiso cogerlo, pero el príncipe se apartó de ella con involuntario temor.
En aquel istante resonó otra vez el penetrante son de la campana y tras él un reloj dió sorda y confusamente las doce.
La última campanada resonó solemnemente por todas partes y pareció que temblaban las paredes.
El príncipe miró á la joven. Estaba pálida, sus dientes castañcteaban y se escapaban roncos sonidos de su garganta.
—¡Kella, Kella! gritaba con voz entrecortada y terrible. ¡Astuta serpiente! ¡Me has engañado vilmente! Y después volviendo hacia el príncipe su descompuesto semblante, exclamó extendiendo el brazo: ¡Maldito seas, cobarde, maldito seas! Sus palabras silbaban como serpientes. ¡Que sobre tu cabeza caiga la maldición de las doce tribus de Israel y sobre la do tus descendientes, sobre las de todos los hombres! El pecado de Cain será su lote y la cólera del Señor pesará eternamente sobre ellos. Sus madres, sus mujeres y sus hijas serán estériles. Vegetarán en la deshonra... ¡Yo te maldigo con la sangre de Abel, de Absalón y de Macabeo, con la sangre de todos los que fueron justos, con mi misma sangre!...
De pronto vió el príncipe que en la diminuta