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Cuentos y narraciones

comprensible es mi abuela, la Condesa Ana Fedotovisa.

—¿Qué? ¿Qué dices? exclamaron los convidados.

—No puedo comprender, prosiguió Tomski, por qué no juega mi abuela.

—¿Y qué tiene de extraño, dijo Narumof, que una anciana de ochenta años no juegue?

—¿De modo que tú no sabes lo que le sucedió?

—No, no sé nada de eso.

—Entonces escuchad. Es preciso que sepáis que mi abuela, hará sesenta de ésto, marchó á París y estuvo muy á la moda. La gente corría tras ella para ver á la Venus moscovita. Richelieu hizo locuras por ella y mi abuela asegura que su crueldad estuvo á punto de acasionar el suicidio del duque.

En aquel tiempo las señoras jugaban al faraón.

Una vez estando en la corte, perdió bajo palabra una cantidad considerable que le ganó la duquesa de Orleans. Cuando llegó á su casa y á tiempo de quitarse las mouches y de desnudarse, confesó á mi abuelo la pérdida y le ordenó que pagase. Mi difunto abuelo, si no recuerdo mal, era de condición débil. Le temía á su mujer como al juego, pero al enterarse de tan enorme pérdida, se enfureció, echó sus cuentas y demostró á mi abuela que en seis meses habían derrochado medio millón y que cerca de París no tenían fincas que vender como les sucedía en Moscou: en una palabra se negó á pagar la deuda. Mi abuela le dió an eachete y se acostó sola en prueba de enfado. Al día siguiente mandó llamar á eu marido, con la esperanza de que hubieso surtido efecto el castigo de la víspera, pero le halló inconmovible. Por prira vez en la vida llegó á tener con él una explicación acalorada: creyó que iba á ablandarse, condescendiendo hasta demostrarle que hay deudas