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Julián Juderías

y deudas y que no puede portarso lo mismo un príncipe que un postillón.

¡A buena parte fué! Elabuelo siguió en sus trece.

La abuela no sabía qué hacer. Conocía aunque muy superficialmente al conde de Saint Germain de quien tantas cosas extraordinarias se contaban.

Ya sabéis que decía ser cl judío errante. y haber descubierto el elixir de la vida, la piedra filosofal, etc. Reíanse de él como de un charlatán y Casanova en sus Memorias dice que era un espia. Por lo demás, Saint Germain, fucra aparte de su misterio tenía aspecto respetable y era un hombre muy amable en sociedad. Mi abuela le ama desde entonces y se enfada cuando hablan mal de él.

Mi abuela sabía que el conde de San Germain disponía de inmensos recursos. Se decidió, pues, á acudir á él y le escribió una carta rogándole que viniese á verla. El misterioso individuo acudió inmediatamente y la hallá sumida en la desesperación. Mi abuela le pintó con sombríos colores la barbarie de su esposo y dijo, por último, que ponía toda su esperanza on su amistad. Saint Germain reflexionó. «Puedo servirla á V. con esa cantidad, dijo; pero se que no estará V. tranquila mientras no me la devuelva, y no quisiera yo ser causa de nuevos disgustos. Hay otro medio: puede V. recuperar lo perdido jugando de nuevo.

—Pero, amable Conde, le contestó mi abuela, guo le digo que estamos sin un céntimo?

—Para que propongo no hace falta dinero.

Tenga V. la bondad de escucharme, replicó Saint Germain. Y al punto le reveló un secreto por el cual daríamos lo indecible todos nosotros...

Los jugadores redoblaron la atención. Tomski encendió su pipa, se estirú y prosiguió:

—Aquella misma noche, se presentó mi abuela en Versalles en el jea de la reine. El duque do Orleans torció el gesto al verla. Mi abuela se excu-