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Julián Juderías

ocultado, pero el calor de sus rayos caldoaba todavía la atmósfera. El teólogo y el filósofo caminaban en silencio, y el retórico se entretenia en descabezar con un palo los cardos que crecían á los lados de la senda por donde marchaban, y que serpenteando entre grupos de encinas y nogales, á través de la pradera, ora subía, ora bajaba por las colinas que á modo de cúpulas rompían la monotonía del paisaje. Los campos de labor que á cierta distancia se divisaban cubiertos de doradas mieses indicaban la proximidad de una granja.

Fiándose de las apariencias, prosiguieron la marcha cosa de media hora sin columbrar vivienda al guna. Las sombras de la noche habían invadido buena parte del cielo y solo hacia el poniente se veía un resplandor rojizo cuya fuerza iba poco á poco amortiguándose.

13 ¡Vive Dios! cxeclamó el filósofo. ¿No estábamos á dos pasos de un cortijo?

El teólogo no contestó; miró el paisaje, dió una chupada á la pipa y echó á andar nuevamente.

—¡No se vé absolutamente nada! exclamó otra Voz Tomás Brut, deteniéndose.

El teólogo, sin soltar la pipa, dijo con voz pausada.

—Tal vez encontremos pronto un cortijo.

A todo esto habia cerrado completamente la noche y la obscuridad era grande. Las nubes, aunque pequeñas, acrecentaban las tinieblas y á juzgar por las apariencias no había que contar con la luz de la luna ni con el resplandorde las estrellas.

Los escolares repararon en que ya no caminaban por la senda; iban á campo traviesa. El filósofo tanteó el suelo y exclamó con voz no muy segura:

—¿Y la vereda?

El teólogo reflexionó.

—La noche es algo obscura, dijo con sn serenidad acostumbrada.