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Cuentos y narraciones

al féretro. Inclinóse ante él profundamente y permaneció asi unos instantes; se incorporó al cabo de ellos, tan pálido como la misma muerta, subió los escalones del catafalco y se inclinó de nuevo...

En aquel instante le pareció que la difunta le miraba con desprecio...

Hermann se echó rápidamente hacia atrás tropezó y cayó al suelo. Le ayudaron á levantarse. Al mismo tiempo, Isabel Ivanowna caía desmayada.

Esto incidente perturbó brevo espacio la solemnidad del acto.

Hubo murmullos y un caballero, próximo pariente de la difunta, dijo al oido de un inglés que estaba á su lado, que aquel oficial era hijo natural de la condesa, á lo que el inglés se lim tó á contestar: joh!

Durante todo aquel día fué presa Hermann de extraordinaria inquietud. Después de cenar en un restaurant solitario y de haber bebido bastante, contra su costumbre, no más que para dominar su agitación, aunque sin lograrlo, volvió á su casa y, sin desnudarse, se acostó.

Cuando se despertó era todavía de noche. La Juz de la luna iluminaba la habitación. Miró al reloj; eran las tres menos cuarto. Se sentó en la cama, desvelado, y se puso á pensar en el entierro de la condesa.

En aquel momento alguien miró por la ventana.

Hermann no prestó atención. Al cabo de un minuto sintió que abrían la puerta del recibimiento.

Hermann pensó que seria su asistente que volvía ébrio de alguna excursión nocturna. Oyo, empero, unos pasos desconocidos: alguien andaba, arrastrando suavemente los pies.

Se abrió la puerta y entró una mujer vestida de blanco. Hermann creyó que sería su anciana sirvienta é iba á preguntarle qué se le ofrecía á ho-