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Julián Juderías

ras tan intempestivas, cuando la mujer se puso frente á él: era la condesa.

He venido á verte contra mi voluntad, dijo con voz entera; pero me mandan que acceda á lo que solicitas.

El tres, el siete y el as son las cartas que te harán ganar, pero con la condición de que no juegues más que á una sola carta cada dia y de que después, no vuelvas á jugar más en toda tu vida.

Te perdono mi muerte con tal de que te cases con Isabel Ivanowna.

Diciendo estas palabras volvióse, echó á andar hacia la puerta y desapareció, arrastrando lentamente los pies.

Hermann oyó que se cerraba la puerta de la calle y vió que una sombra cruzaba su ventana.

Permaneció mudo de asombro durante algunas horas.

Después se levantó y entró en la habitación inmediata, Sus asistente estaba durmiendo en el suelo; le despertó á la fuerza. El asistente, como de costumbre, estaba borracho; no fué posible averiguar nada. La puerta de la callo estaba cerrada. Hermann volvió a su cuarto, encendió una luz y escribió las palabras que le habia dicho la condesa.

VI

Así como en la naturaleza fisica no pueden dos cuerpos ocupar el mismo lugar al mismo tiempo, en la naturaleza moral tan poco puede haber dos ideas fijas.

El tres, el siete y el as expulsaron muy pronto de la imaginación de Hermann la tétrica figura de la condesa. Todos sus pensamientos se concentraban alrededor de las tres cartas misteriosas.

El tres, el siete y el as le perseguían en sueños bajo las formas más diversas y más raras. Todos