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Julián Juderías

¿Y esto? dijo señalando unos pastelillos caliontes, de apetitosa apariencia.

—A céntimo tambien, le contestó sonriendo el cantinero. El asombro del rico le divertía.

—Pues bien, deme diez sardinas y cinco pastelillos. Y quizá...

Y paseó la mirada con avidez por los tentadores platos. El cantinero le oía, pero no le servia.

—Aquí se paga por adelantado, dijo secamente.

—Con mucho gusto. Ahí va el dinero, y le dió una moneda de oro de cinco rublos.

El cantinero miró la moneda y la volvió á mirar.

Los céntimos que yo necesito no son de estos y mando á dos robustos mocetones dispuso que echasen de la cantina al rico. Este sintió una humillación profunda.

—¡Qué desgracia! penso. ¿Que quiere decir esto?

No toman más que céntimos. ¡Habráse visto cosa más rara! Va á ser preciso cambiar...

Olvidándose de que estaba muerto, corrió á casa de sus hijos y les dijo en sueños:

—Quedaos con el oro que me habéis dado. No Io necesito. Sustituidlo von céntimos, si no, estoy perdido...

Al dia siguiente los hijos, llenos de miedo, cumplieron la orden de su padre:

¡Ya tengo céntimos! exclamó el rico encaminándose hacia la cantina. Denme de comer porque tengo un hainbre horrible.

—Aqui se paga por adelantado, contestó secamente el cantinero.

—¡Ahí ténéis! exclamó el rico ofreciéndole un puñado de céntimos completamente nuevos. Pero, haced el favor de servirme.

El cantinero miró los centimos y se echó á reir.

—Veo, dijo, que no habéis aprendido gran cosa allá en la tierra. No aceptamos los cóntimos que