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Cuentos y narraciones

Y ahora que se le acercaba la muerte se decía; Allá arriba, el dinero será, no cabe duda, tan necesario como aquí abajo. Preciso es que haga acopio de él para que no me falte.

Llamó á sus hijos y se despidió de ellos ordenándoles que metieran en su ataúd un saco de dinero.

—No seáis tacaños, les dijo, poned también monedas de oro.

Aquella noche se murió. Cumplieron sus hijos sus últimas voluntades y colocaron en el ataúd unos cuantos miles de rublos en oro.

Cuando después de enterrado llegó al otro mundo tuvo que someterse á toda especie de formalidades: le interrogaron, comprobaron la exactitud de sus palabras; no le dejaron en paz en todo el día.

Allí hay, como en todas partes, cancillerías, oficinas, comisarías de policía, etc.

Esperó con impaciencia que llegase la noche; tenía hambre y le atormentaba la sed hasta el punto de parecerle que le ardía la garganta y que la lengua se le pegaba al paladar.

Estoy perdido, se dijo.

De pronto vió una cantina bien provista do viandas y de botellas, como las de las grandes estaciones. Allí había de todo: orduvres y licores.

—Por lo visto, pensó, no me equivoqué al creer que aqui sucedía lo mismo que en la tierra. ¡Qué precaución he tenido trayendo dinero! Ahora podré comer y beber lo que me parezca.

Echó mano á su saco de dinero y se acercó á la cantina.

A cómo son? preguntó señalando á las sardinas.

—A céntimo, le contestó el cantinero.

—No es caro, se dijo el rico. Quizá se haya equivocado. Le preguntaré el precio de otra cosa.