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Cuentos y narraciones

pecadora. El sabe... Pero ¿qué es lo que sabes?

eso no llegué á oirlo. La pobre, apeuas pudo decir estas palabras, murió. Tú, buen hombre, tendrás fama de santo por la pureza de tu vida y por tus buenas obras. Quizás llegase tu nombre á sus oídos por esta razón.

—¿Quién?, ¿Yo?, exclamó el filósofo retrocedinedo poseído de asombro. Yo.., Yo, vida santa?, repitió mirando fijamente al sotnik. ¡Dios os tenga en su santa guarda, poderoso señor! Buena cosahabéis dicho. ¡Yo, vida santa, cuando, aunque me esté mal el decirlo fuí á ver á una panadera en Viernes Santo!

—Bueno, en todo caso, por algo te habrá designado y desde hoy mismo empezarás á cumplir tu misión.

—Me permitiré hacer observar á vuestra magnificencia, que por más que toda persona conocedora de las Sagradas Escrituras puede hacer lo que de mí se exige, en el caso presente sería mejor llamar á un diácono y si no lo hubiese á un sacristán por ser éstas, personas ilustradas, que saben como hay que hacer esas cosas sin que les falte un detalle. Yo por no tener, ni siquiera tengo voz y mucho menos presencia.

—Será todo lo que quieras, pero mi hija me encargó que fueses tú el que rezara y yo lo cumpliré sin reparar en nada. Si á contar de esta noche pasas tres, rezando como se debe por su alma, te recompensaré; si no, al mismo demonio no le aconsejo que me enfade.

La entonación de estas últimas palabras fué tal, que el filósofo se dió cuenta perfecta de lo que significaban.

—¡Ven! —dijo el sotnik.

Ambos salieron de la sala y penetraron en una habitación contigua. Tomás se detuvo en el dintel para sonarse y lo cruzó con inexplicable temor.