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LAS DOS CUÑADAS



A

fines del año 1792, el regimiento de húsares en que era yo alférez pasó de guarnición á la Rusia Blanca y á mi escuadrón lo alojaron en un pueblecillo perteneciente á los hermanos, príncipes L—ky, que vivían con sus mujeres y sus hijos en un soberbio castillo.

La entusiasta acogida que dispensaban á los oficiales rusos y la vida fastuosa y alegre que ambos hermanos llevaban traían á la memoria la suntuosa hospitalidad de los antiguos maguates de Polonia y llegaron á hacerse tan proverbiales entre nosotros que cuando queríamos ponderar la elegancia y fastuosidad de un banquete, soliamos decir: Parece que lo han dispuesto los príncipes, L—ky!

De todos los oficiales de mi escuadrón fuí yo el que mayores atenciones recibió de esta familia y el que en el transcurso de algunas semanas se convirtió en íntimo amigo de ella.

Ambas princesas eran la amabilidad personificada y tan bellas como amables. Si hubiesen sido hermanas nada hubiera tenido de particular la intima amistad que las unía, pero á decir verdad resultaba raro que dos jóvenes, amas de casa las dos y viviendo bajo el mismo techo, con atribuciones